Orbituario
Andrés
Omar Rancier
Ayer temprano recibí una escueta nota de Marcos Barinas que decía:
“Andrés Mignucci murió. ¡Que pena!”
Me quedé pensando en cómo la tristeza se puede infiltrar el día más hermoso para decirnos, crudamente, lo frágiles que somos y que nuestro tiempo es limitado.
Me invadió una gran tristeza y entendí perfectamente todo el sentir que contenía ese escueto mensaje.
A Andrés lo conocimos en la Segunda Bienal de Arquitectura de Santo Domingo, en noviembre de 1988, cuando Emilio y yo, de parte del Grupo Nuevarquitectura, lo invitamos, junto con Emilio Martínez, Jorge Rigau y Enrique Vivoni, a participar en aquella bienal que Emilio llamó “La Bienal del caché”. Desde ese momento se tejió una amistad que se mantuvo en el tiempo y que ayudó a crear esa red de amigos arquitectos del Caribe a la que pertenecieron Andrés, Emilio Martínez, Jorge Rigau, Héctor Arce, Manuel Bermúdez, Luis Flores, Tom Marvel, Vivoni de Puerto Rico, Fernando Salinas, Roberto Segre y José Antonio Choy, de Cuba; Gustavo Torres y Serge Lechtmy, de Martinica y Jack Sansilie de Guadalupe.
En 1990, con estudiantes de arquitectura de la Universidad de Puerto Rico y aquel grupo irrepetible que tuvimos en UNIBE y el Grupo Nuevarquitectura, se realiza el excelente estudio “La Arquitectura Dominicana. 1890-1930.”
Aquella experiencia permitió a un grupo de estudiantes dominicanos trabajar en la oficina de Andrés.
Andrés Mignucci y Emilio Martínez, hicieron posible el reconocimiento al Grupo Nuevarquitectura que hizo el Colegio de Arquitectos y Arquitectos Paisajistas de Puerto Rico al otorgarnos el Premio Klumb de 2003.
La presencia de Andrés en actividades sobre arquitectura en el país fue constante. Siempre apoyó las iniciativas académicas y profesionales para mejorar la arquitectura y sus aportes fueron soportes importantes de las mismas.
Cultivó, con su simpatía, don de gentes, su creatividad un extenso grupo de amigos dominicanos con los que se asoció en varios proyectos entre ellos Cuquito Moré y Marquitos Barinas.
Fue un prolífico escritor de arquitectura publicando una serie de textos fundamentales para historiografía, la teoría y la crítica de la arquitectura y el urbanismo de Puerto Rico y el Caribe. Y sobre todo, fue- nos resulta terriblemente doloroso hablar en pasado de Andrés- un gran diseñador capaz de traducir lo caribeño en sus proyectos, sobre todo sus espacios públicos que, para mi, constituyen paradigmas del espacio público caribeño, como escribí en el 2007 cuando por sugerencia de Cuquito la mexicana Louise Noelle nos invitara a participar en el libro Arquitectos Hispanoamericanos del Siglo XXI editado por BANAMEX.
Su carácter afable, su hablar pausado, su sonrisa de hombre bueno, su generosidad para enseñar y motivar a sus estudiantes, compartiendo su conocimiento, definen su inmensa humanidad.
Hay tantas cosas que quiero decir de Andrés Mignucci, sin embargo el sentimiento se me agolpa, tropezando con los recuerdos que luchan todos por aflorar y sólo dos ideas me cruzan por mi mente paralizada por esa lucha entre sentimientos y recuerdos: que mi estrella poblada, esa donde habitan mis seres queridos que han partido, sigue creciendo y el verso final del poema de Miguel Hernández “Umbrío por la pena” que dice “Cuánto penar para morirse uno”.
Se nos fue Andrés Mignucci, me siento honrado de haber sido su amigo.