Como fotógrafa, la fotografía de calle me cautiva como ningún otro género. Es la espontaneidad lo que me atrae, la emoción de capturar un momento fugaz que nunca podrá replicarse. Sirve como un lente íntimo y sin filtros hacia la vida cotidiana de los entornos urbanos.
Uno de los aspectos que más me gusta de la fotografía callejera es su autenticidad. No hay escenas escenificadas ni iluminación artificial, sólo vida tal como sucede. Cada clic del obturador preserva un trozo de realidad, un momento genuino que cuenta una historia.
Es un género que requiere atención plena, en la que estás totalmente presente en el momento, en sintonía con las sutilezas del entorno. Algo que le permite a uno profundizar la conexión con el mundo que le rodea. Como fotógrafos de calle, nos sentimos atraídos por el desafío de encontrar belleza y significado en lo mundano, transformando escenas ordinarias en narrativas visuales extraordinarias.
Además, la fotografía callejera me permite explorar y documentar la condición humana y el paso del tiempo, captando la esencia de un lugar y su gente. A través de imágenes, se captura la diversidad de la vida urbana: alegría, tristeza, soledad y comunidad. Estas imágenes se convierten en un diario visual de mis encuentros; cada cuadro es un testimonio de la belleza y la complejidad de las experiencias humanas.
En la fotografía callejera encuentro un profundo sentido de propósito… No sólo de tomar fotografías, sino el de ver el mundo con ojos nuevos y compartir esa visión con los demás. A través de la cámara, pretendo resaltar lo que podría pasar por alto, celebrar lo mundano y revelar la interconexión de nuestros paisajes urbanos. Para mí, la fotografía callejera es una carta de amor a la vida en su forma más sencilla.
Fotografía: María Elena Moré