En verdad cada vez más el diseño de interiores ocupa un sitial de importancia en la concepción de una arquitectura integral. Este hecho se evidencia no sólo en los espacios domésticos, sean estos primeras o segundas residencias, o en los cada vez más frecuentes apartamentos en alojamientos colectivos, sino también en instalaciones institucionales y comerciales. Ya no resulta extraño trabajar en un proyecto de edificación que incorpore como instrumento creativo potencializador a profesionales de esta especialización; Las simbiosis creativas pueden ser generalmente muy positivas para el mismo proyecto y para la operación futura de las obras. La complejidad de los programas actuales exigen ya la participación de consultores dedicados a las diversas áreas que componen la redacción total de la arquitectura contemporánea.
Ya la idea de un “decorador”, como maquillista superficial de los interiores, como terminador escenográfico, ha sido superada y se queda corta ante la realidad de equipos de interioristas que definen terminaciones arquitectónicas, precisan las necesidades operativas de los espacios, cuantifican y concertar los acabados, el mobiliario, la señalética y el arte, concentrando sus esfuerzos en territorios de actuación poco frecuentados por el sólo proyecto arquitectónico, salvo en contadas excepciones.
Esta edición lo demuestra, a través de los bloques tipológicos en la que ha sido organizado su contenido: residencias, restaurantes y oficinas.
Hay autores que se especializan en interiores residenciales; otros en corporativos o comerciales. Otros sin embargo, son capaces de brillar en circunstancias proyectuales diversas. Cada día más, el escenario de actuación de los interioristas es más amplio en el panorama latinoamericano -ámbito apenas esbozado en esta edición- y en particular, en el dominicano. Esperamos hacer de esta frecuente edición de AAA Interiores, un vehículo más atractivo para apoyar el desarrollo de este significativo oficio.
Rafael Calventi Gaviño, In Memoriam
Al cierre de esta edición recibimos la amarga noticia del fallecimiento del arquitecto dominicano Rafael Calventi. Durante los últimos años se había desempeñado en el cuerpo diplomático dominicano, ocupando el puesto de embajador en las sedes de Ciudad México, Buenos Aires, Roma y Berlín. Este digno y sobresaliente periplo, asumido ante un cambio de vida en su esfera personal, le distanció de su oficina de arquitectura, espacio que le permitió realizar un grupo de obras de extraordinaria calidad en el escenario nacional, tales como el Banco Central de la República Dominicana, el Palacio de los Deportes de Santiago, el Monumento a la Restauración en Capotillo, el edificio de la Pan American Life (PALIC, hoy MAPFRE BHD) y un sinnúmero de obras privadas, residencias -su propia casa y la desaparecida Mastrolilli como ejemplos excelsos- y edificios colectivos -dentro del que se destaca la Torre Libertador- que, junto a su presencia continua y provocadora en los medios y su trabajo como académico en las aulas de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, le han garantizado un sitial como uno de los grandes maestros de la arquitectura de la segunda generación moderna en la República Dominicana.
Coherente en sus postulados críticos e ideológicos, su arquitectura transitó por una formalización enraizada con las formulaciones modernas. Pocas obras se permiten licencias manieristas o posmodernas; el alma y el cuerpo de sus obras son producto de un profundo entendimiento de la tardomodernidad, hecho que críticos como Omar Rancier y Roberto Segre han manifestado en múltiplos escritos.
De Rafael Calventi aprendí infinidad de cosas, tanto en el aspecto personal como en el profesional. Su entrega a la arquitectura era tal que resulta imposible desligar uno del otro. Mi primer contacto con Calventi fue la entrevista que le realicé para el Arquivox #2, revista que en los años 80 editaba como parte de mis responsabilidades en el Grupo Nueva Arquitectura. Esa entrevista me abrió las puertas a su mundo de arquitectura como oficio profesional de gran altura, con consciencia plena de los temas estéticos, técnicos, sociales y económicos del mestiere.
Era obvia su formación no solo en academias europeas de gran calidad, sino sus experiencias en despachos como los de Marcel Breuer, Pier Luigi Nervi, Pierre Dufeau, etc. En el año de 1985 me invitó a colaborar en su libro Arquitectura Contemporánea en la República Dominicana, proyecto en el que compartimos por varios años intensamente, y nos vinculó en una relación personal y profesional muy sólida.
Su ejemplo en el taller, en el manejo del personal, en las relaciones con sus clientes, privados e institucionales, de alguna manera crearon un modo de proceder imposible de no admirar. Mantuve con él, a lo largo de los años, una relación personal sin paredes ni antifaces. A veces recio y rígido, en otras tierno y humano, Calventi fue un arquitecto de excelencia mundial, incómodamente adaptado a la realidad dominicana. (GLM)
Gustavo Luis Moré y María del Mar Moré